Adrián Claudio
Bonache (@otroadri)
Hace
un mes las redes ardían al denunciar la pasividad de la Unión Europea ante la
represión de Grecia sobre los refugiados que llegaban a la isla de Lesbos. Un
mes desde que se denunciaba la complicidad de la Unión Europea en las muertes,
represión y tratos vejatorios que sufrían personas que intentaban huir de la
guerra.
En
un solo mes ha cambiado por completo el panorama social y político. Ya no se
habla de Grecia, pero la Unión Europea sigue siendo uno de los grandes focos de
atención en el escenario actual, en mitad de una pandemia y la mayor crisis
sanitaria de los últimos tiempos.
El
origen de esta crisis sanitaria tendría origen en Wuhan, donde se detectaron
casos de neumonía desconocida. El Gobierno chino terminó informando de este
brote de casos desconocidos a la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Occidente se
informaba poco a poco, más para difundir sus críticas hacia la comunidad china
y su gastronomía que por verdadero interés, mientras que en China se estaban
tomando fuertes medidas desde un primer momento para frenar la expansión del coronavirus
o COVID-19.
A finales de enero, China cerró la ciudad de
Wuhan, donde tuvo origen el brote, cuando había aproximadamente 500 casos
confirmados, se decretó el confinamiento y se paralizó toda actividad económica
no esencial, es decir, el Gobierno chino, a pesar de ese desconocimiento ante
un nuevo virus, supo desde un primer momento que la única posibilidad de frenar
la expansión empezaba por priorizar la salud de los ciudadanos a la economía.
Ha sido el paso de los días lo que ha evidenciado la exitosa gestión ante esta
crisis sanitaria. Sin embargo, muchos gobiernos de países europeos y el de su
mayor aliado, Estados Unidos, están utilizando ese “desconocimiento” (que para
estos no es tanto) para priorizar la economía a la salud de los ciudadanos.
El 31 de enero se
detectan en Italia dos casos de coronavirus. Se trata de dos personas
procedentes de China. A partir de este momento el virus se expande con una
enorme rapidez por el país mediterráneo, pero aún así el resto de países
europeos no terminan de abrir los ojos ante la situación que pronto vivirían de
primera mano.
Durante los
primeros días llega información sobre la situación en Italia, las primeras
cifras registradas tanto de personas contagiadas como de fallecidos, “zonas
rojas” que los periodistas deben abandonar (porque para algunos medios de
comunicación era esencial exponer a sus trabajadores al virus, mandándoles a
los focos para obtener una mayor “credibilidad”), la suspensión de eventos
deportivos…
Todo esto
reflejaba la gravedad de la situación, que aunque pareciese mucho menor cuando se
hablaba de un país tan lejano como es China, ya se apreciaba que sin un control,
el peligro podría estar llamando a nuestra puerta. Pero no, tampoco se tomaron
las medidas necesarias en este momento.
Con el paso de los
días aparecen los primeros casos en territorio español; primero en Tenerife,
después en Valencia, Madrid, Sevilla, etc., hasta que el virus se expande de
forma rápida y la situación es difícil de controlar. Aún así, seguíamos con la
“normalidad” a la que estamos acostumbrados. Con cierto miedo, incertidumbre y algunas
recomendaciones higiénicas, pero poco más. El virus se expandía y los eventos
deportivos seguían celebrándose, todos los mítines y manifestaciones seguían en
pie, los principales territorios focos de la expansión no se cerraban, los
colegios y universidades seguían abiertas, se permitía que miles de personas se
desplazasen desde las ciudades más afectadas hacia el resto de España, etc.,
pero el detonante ha sido la “normalidad” de las actividades económicas no
esenciales, que no se paralizaron hasta que hubo 5.700 fallecidos confirmados.
Aquí es donde,
para algunos, aparece la justificación a la tardanza del Gobierno a la hora de
tomar medidas contundentes, respaldándose en el “desconocimiento” del nuevo
coronavirus. Se tenía constancia de las medidas que había tomado China desde el
primer momento y de los errores que había cometido Italia (errores de los que
avisaron al resto de Europa para no cometer los mismos fallos), pero ante el
“desconocimiento” optaron por seguir con esa “normalidad”, porque bajo el
sistema capitalista antes que las personas van los billetes. Sabiendo que un
contagio puede ser letal, el transporte público se llenaba de trabajadores,
igual que las oficinas y centros de trabajo, pero pedían que los fines de
semana se quedasen en casa para frenar la rápida expansión. El Gobierno español
prefirió priorizar la economía a la salud de los ciudadanos mientras se
estudiaba el desarrollo de la situación.
El resto de países
europeos empezaron a verle las orejas al lobo y fue en ese momento cuando
aumentó un caos que sigue a la orden del día. Falta de recursos y material
sanitario que provocó una batalla campal entre “aliados” de la Unión Europea y
de la OTAN, que se robaban materiales como si fuesen unos verdaderos
carroñeros.
Estados Unidos
robó cargamento de mascarillas destinadas a Italia, Alemania y Francia; Turquía y Francia robaron
respiradores y material a España… Sin embargo, países como China o Cuba tendieron
la mano desde un primer momento a esas potencias europeas que llevan años
utilizándolos para crear sus discursos de odio y ataques, que no han tenido
ningún tipo de escrúpulos a la hora de atacar su soberanía ni han denunciado
bloqueos impuestos por Estados Unidos, su “capitán”.
Estados Unidos, ese
país que todos tenían como referente y que está demostrando tener un sistema
totalmente ineficaz que, además de no velar por la vida de las personas,
tampoco es capaz de enfrentarse económicamente a una crisis sanitaria de este
tipo. Desde que el coronavirus atizó el país se perdieron más de 16 millones de
puestos de trabajo. Esto significa que habrá 16 millones de personas más que no
contarán con un seguro médico frente a una situación de este nivel, dejándolas
desamparadas y “enviándolas al matadero”.
Por otro lado, es
importante analizar la gestión de Venezuela ante esta pandemia, un país que también
ha sido muy utilizado para crear discursos de odio y que en Europa han mostrado
como una dictadura donde su presidente, Nicolás Maduro, nunca ha mirado por el
bienestar de los ciudadanos. La respuesta ante esta crisis ha sido bastante
diferente a lo que nos han querido transmitir durante tanto tiempo.
Venezuela decretó
el confinamiento total en Caracas y seis estados más cuando solo había 17 casos confirmados (en
España fueron necesarias 5.700 muertes para tomar esta medida), y dos días
después tuvo inicio la cuarentena para todo el país. Estas medidas han hecho
que solo se hayan registrado 175 casos y 9 muertes a día de hoy, 11 de abril.
Volvemos a la
gestión del Gobierno español. Aproximadamente con 161.900 casos y 16.500
muertes a día de hoy (el único país europeo que está más afectado que Italia),
ha decidido levantar ligeramente algunas restricciones y el próximo lunes, 13
de abril, mandará a más de 4 millones de trabajadores a sus respectivos puestos
de trabajo, es decir, expondrá a millones de personas ante un virus sin ni
siquiera tener un mínimo control de los contagios. ¿Qué sentido tiene querer
alargar el estado de alarma hasta el 10 de mayo si obligas a millones de
personas a exponerse al virus? ¿Qué sentido tiene respetar el confinamiento si
millones de trabajadores entrarán en contacto el próximo lunes? Tal vez no existe
el más mínimo sentido, pero el Gobierno de España, una vez más, se ha vendido a
la patronal y ha vuelto a priorizar la economía a la salud de los ciudadanos,
haciendo caso omiso a la última advertencia de la OMS, que asegura que es un error
levantar restricciones sin tener un control de la situación.
En definitiva, si
el Gobierno no rectifica a última hora, el lunes se usará a los trabajadores
para “probar” a volver a la normalidad a la que estamos acostumbrados, siendo estos
el conejillo de indias de los “experimentos” que pueden costar el alzamiento de
fallecidos en las próximas dos semanas. Todo esto con la única justificación de
salvar la economía, como si la crisis de 2008 la hubiesen vivido de primera
mano los empresarios y no las familias obreras que han levantado el país día a
día.
Esta crisis
sanitaria está poniendo a cada potencia en el lugar que le corresponde y, por
el bien de la clase trabajadora, debería recordarse cuando todo termine. Como
dijo Rosa Luxemburgo: “Si la teoría socialista existente consideró siempre que
el punto de arranque de la revolución socialista sería una crisis general y
destructora, a nuestro modo de pensar, hay que distinguir dos casos: el
pensamiento base que encierra y su forma externa. El pensamiento consiste en
aceptar que el orden capitalista se desquiciará por la fuerza de sus propias
contradicciones y alumbrará por sí mismo el momento del derrumbe, el de su imposibilidad
de subsistir”.
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