Adrián Claudio Bonache
La
película expone una historia real de trabajos periodísticos inventados por
Stephen Glass y publicados en la revista norteamericana The New Republic. En
1999 se descubre que este periodista se había inventado al menos 27 de las 41
historias que publicó en las revistas como artículos verídicos.
En
El precio de la verdad se manifiesta el proceso que siguió el joven
periodista para hacerse hueco en el ámbito mediático, consiguiendo un
importante reconocimiento y una gran cantidad de dinero a golpe de mentiras.
Stephen
accedía a informaciones y lugares donde ninguno de sus compañeros había podido
acceder, por lo que sus trabajos se caracterizaban por ser únicos y dotados de
datos y declaraciones que nadie había podido obtener anteriormente, pero en
realidad todo era mentira, ya que no disponía de fuentes fiables, ni siquiera
eran las mismas que él afirmaba haber utilizado para elaborar sus piezas
periodísticas. Tampoco estuvo en los lugares de los hechos, ni hizo
entrevistas, ni obtuvo declaraciones. Todo el proceso de elaboración de sus
artículos estaban cubiertos en mentiras que tuvieron origen en su propia
imaginación con el objetivo de manipular para lograr un prestigio que no
merecía.
Cuando
se conoció la verdadera cara de Stephen Glass, la revista norteamericana no
dudó en despedirle. Esta historia muestra que las manipulaciones son tan
abundantes y difíciles de controlar que pueden llegar hasta los medios de
comunicación y ser difundidas por supuestos profesionales. Además, este
periodista jamás tuvo en cuenta la ética profesional necesaria para ejercer la
profesión periodística, sino que se dedicó a ensuciarla y aportó su granito de
arena contra la credibilidad de la comunicación e información, una importante
crisis que actualmente está presente en el ámbito mediático.
Necesitamos
que los medios no den cabida a personas que manipulan y desinforman a la
sociedad a base de mentiras y que los utilizan como vía para obtener sus
propios beneficios y prestigio. También es cierto que no debemos considerar
periodista a Stephen Glass ni a ninguna persona que haga un uso inadecuado de
su poder mediático, ya que ese nunca será el objetivo del verdadero periodismo.
A pesar de todo, es incuestionable la culpabilidad de la revista que le
facilitó la difusión de todos los artículos inventados, debido a su incapacidad
de descubrir toda la información falsa que publicaba uno de sus
trabajadores.
Por
último, es urgente que los falsos periodistas que se dedican a difamar,
inventar y manipular desde los medios de comunicación reciban las sanciones
necesarias tanto a nivel ético profesional como a nivel de difusión. Para ello
se deben abordar distintas medidas políticas y judiciales que pongan como
objetivo ajusticiar todo aquel medio o periodista que desarrolle sus labores
periodísticas faltando a la verdad y utilizando eventos y situaciones que nunca
han sido reales, así como falsos testigos, fuentes y declaraciones. Además es
esencial que toda aquella persona que dentro del ámbito periodístico no utilice
información veraz sea inhabilitado de sus labores profesionales en las
redacciones.
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