Pancarta
contra el robo de los bancos | El Faradio
Adrián Claudio Bonache (@otroadri)
Indiferencia ante una problemática estructural como
norma de las posturas de muchas personas que se autodefinen defensores del
derecho a vivienda. Pocas veces hemos tenido a los enemigos tan bien
camuflados.
La culpa de la ejecución de desahucios no recae
simplemente en la poca solidaridad social. De hecho, esta cuestión, aunque no
sea indiferente, es la que menos peso puede llegar a tener en el asunto. Por
eso es necesario señalar que la vulneración de derechos fundamentales no
se trata de casos aislados, sino de un problema estructural que exige
responsabilidad para ser erradicado. Para conseguirlo no conviene señalar la
actitud de la sociedad, pues todos conocemos la escasa organización y
movilización para frenarlo, pero es totalmente inaceptable que el grueso de la
culpabilidad caiga sobre el que mañana será desahuciado y no en ese poder
político incapaz de enfrentarse a la especulación. No podemos permitir que se
nos cargue a las espaldas una responsabilidad que no nos pertenece en su
totalidad.
Desde que comenzó la crisis de 2008 la clase obrera ha
sufrido terribles consecuencias. Una de ellas ha sido la incapacidad económica
para pagar el alquiler del techo bajo el que poder vivir. Pero este problema no
es agua pasada, puesto que en el presente, día a día, es la misma clase la que
sigue sufriendo estos abusos. No podemos permitirnos el lujo de señalar al
vecino y eximir de responsabilidad a las élites económicas y empresariales.
Todo debate que no tenga como propósito arrancar la raíz del problema acabará
siendo papel mojado.
El terrorismo de Estado empuja a la calle a
todas las personas independientemente de la edad y de las alternativas
habitacionales. Recientemente, una anciana de 75 años ha sido desahuciada en
Valencia y se ha visto obligada a dormir en un albergue. Del mismo modo actúa
cuando se trata de los jóvenes que cada día que anochece ven más lejos sus
posibilidades de alquilar un piso o se encuentran forzados a destinar más del
90% de su salario en el pago de la vivienda.
Todavía no se han superado las consecuencias de la
crisis económica de 2008 y la sociedad española ya está sufriendo los primeros
efectos de la nueva crisis económica surgida a raíz de la pandemia. Para hacer
frente al posible auge de la ocupación tras las olas de desahucios que llegarán
en un futuro cercano, los medios de comunicación y ciertos partidos políticos
se han encargado de crear y difundir un discurso de odio contra las personas
sin hogar que no tienen otra alternativa para vivir que la de ocupar. Esta
es la realidad de la clase obrera, y es por este motivo que la escasa
solidaridad vecinal no puede ser el foco del problema. En todo caso, las
organizaciones vecinales serán la chispa que prenda la pólvora.
El 4 de mayo, la actuación de una multitud de vecinos
del barrio sevillano Cerro del Águila, consiguió la paralización del desahucio
de una familia con menores y una madre embarazada. La vivienda es propiedad
de Caixa. Por supuesto, no era la entidad bancaria la que estaba
presente para frenar el desalojo, sino que fue la que exigió que la familia
fuese expulsada de su vivienda. El hecho de que esos padres puedan dormir hoy
con sus hijos bajo su propio techo también es gracias a la solidaridad vecinal.
Es intolerable que los grandes tenedores de
propiedades pidan libertad para vulnerar derechos fundamentales. Ante este
acoso y maltrato que sufre la clase obrera diariamente no conviene señalar la
solidaridad vecinal como solución de un problema estructural, y mucho
menos restar importancia al papel que los grandes bancos y fondos buitre tienen
en este escenario mientras dejamos que salgan con las manos limpias. Debemos
exigir a las instituciones que garanticen los derechos y necesidades básicas.
Al fin y al cabo esto también se trata de lucha de clases. No podemos
permitirnos el lujo de ponernos obstáculos.
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