Refugiados
afganos huyendo del país | Fuente: Monitor de Oriente
En la vida cotidiana nos enfrentamos a
discursos de odio, manipulación, oportunismo, populismo y todo tipo de mensajes
que perpetúan y normalizan los estereotipos y la discriminación. Estos discursos
son adoptados por las instituciones y representados por las ideologías de
diferentes partidos políticos, o en otras palabras, las estructuras de poder
crean y expanden determinados mensajes que atentan contra los derechos de las
personas en situación de vulnerabilidad. En este sentido, la película titulada Flee,
basada en hechos reales, es una magnífica obra cinematográfica para hacer
frente a los prejuicios sociales y políticos, así como para mostrar los
obstáculos a los que se enfrentan las personas en situación de refugiados. En
ella se refleja la historia de vida de Amin, un refugiado afgano que, junto a
su familia, tuvo que huir hacia Europa. Además, indaga en diferentes temas
esenciales a los que, en muchas ocasiones, desde el eurocentrismo no se les
otorga la atención ni importancia que merecen.
Construcción de comunidad y realidad
material
El primer mensaje principal es el
concepto de hogar; un concepto que va mucho más allá de la estructura de una
vivienda. Incluso más allá de las necesidades y los derechos que se deben
garantizar para calificar como digna una vivienda. Se trata de la idea de
seguridad en un lugar del que una persona no se tiene que marchar. Así, el
concepto de hogar está relacionado con el sentimiento de pertenencia a una
comunidad. Existen muchos ejemplos para demostrar esta idea, aunque en la
actualidad Gaza es uno de los escenarios que mejor lo refleja. Vemos la
destrucción, la muerte, la escasez de recursos y la miseria, es decir, lo que
podemos percibir directamente a través de material gráfico; sin embargo, el
genocidio israelí también está azotando en un aspecto sentimental como es, por
ejemplo, la unión, la comunidad o la esencia de barrio. Esta pérdida sentimental,
que no suele entenderse como uno de los principales motivos para alcanzar una
resolución o regulación de conflictos, jamás podrá ser reconstruida.
A pesar de las consecuencias que
pueden surgir para cualquier persona tras abandonar su hogar, el peligro no
termina al llegar a un nuevo destino. Las amenazas de deportación, la
corrupción institucional, la inseguridad, el tráfico de personas o la
explotación laboral son algunos de los diferentes tipos de violencia que están
a la orden del día y que implican la ausencia de libertad. Incluso los niños
inmigrantes y refugiados sufren violencia, como exclusión social o acoso
escolar. Y esto continúa sucediendo mientras la sociedad occidental se
enorgullece de estar totalmente implicada con el progreso, la democracia y el
cumplimiento de los derechos humanos. Pero la realidad refleja una situación
bastante diferente, y es que desde ciertos sectores de la sociedad y desde el escenario
político se deshumaniza a los inmigrantes y refugiados, se les despoja de
cualquier tipo de derecho o se les atribuye una imagen que no es real (como un
perfil violento y delictivo).
No importa que su alternativa sea
vivir en asentamientos chabolistas, que sean explotados laboralmente cobrando
dos euros la hora o que las mujeres sean obligadas a prostituirse, ya que para
los defensores de las posturas extremadamente racistas estas personas ni
siquiera son sujetos de derecho. Unas posturas que se están extendiendo por
toda Europa durante los últimos años y que, en España, ya se posiciona como
tercera (e incluso segunda) fuerza política. De esta forma se imponen las
características del Estado liberal, el cual apuesta por la libertad individual
y se sustenta en la nacionalidad como uno de los principales factores que
determinan a los ciudadanos. Es por esto por lo que el Estado liberal fomenta
la desigualdad y la injusticia social.
Pérdida de identidad
La globalización ha tenido un
importante impacto en los derechos humanos. Aunque es cierto que en la teoría
existe un reconocimiento de la diversidad, también existe una homogeneización
cultural, lo que choca directamente con esa aceptación de la diversidad. Lo
podemos observar claramente en nuestros modos de vida al aceptar las mismas
normas de relación, consumo, discusión, aprendizaje… Asimismo, se puede
extrapolar a las relaciones entre diversas culturas. En este sentido, la
globalización origina más enfrentamientos de los que evita; por ejemplo, la
Organización de las Naciones Unidas desarrolló en 2007 un programa llamado
Alianza de Civilizaciones con el fin de acercar posturas entre Occidente y
Oriente (y más concretamente entre Occidente y el mundo árabe), pero no logró
un gran recorrido.
Cuando no se alcanza una cooperación a
nivel internacional, la alternativa más sencilla se centra en buscar el interés
propio a través de las personas más vulnerables. La película Flee,
mencionada anteriormente, expone esta imposición a través de la historia de
vida de Amin, ya que cuando fue utilizado para el tráfico de personas se vio
obligado a memorizar una historia ficticia de su vida para evitar ser
deportado. Tuvo que convivir durante años con una versión falsa de su vida, la
cual terminó creyendo en algunas ocasiones que era real. Dejó de ser él mismo
para convertirse en un joven que ni siquiera reconocía. ¿Pero qué relación
tiene una experiencia personal con los efectos de la globalización? Quizá sea
conveniente comenzar a verlo desde otra perspectiva y considerar que, como
cualquier medida, las políticas migratorias y la crueldad burocrática respecto
a las peticiones de asilo están perfectamente estudiadas por las potencias occidentales.
Y tal vez forme parte del pulso entre Occidente y Oriente para demostrar hasta
dónde está dispuesto a llegar cada bloque para convertirse en la sociedad que
logre la tan ansiada homogeneización cultural en cualquier espacio.
Derechos de la infancia
Muchas de las personas inmigrantes y
refugiadas son menores de edad, pero no siempre se tienen presentes los
derechos de la infancia a la hora de abordar las dificultades a las que se
exponen en los procesos migratorios. De hecho, estos derechos comienzan siendo
directamente vulnerados en sus países de origen, donde se exponen a un peligro
por diferentes razones (conflictos bélicos, persecución institucional,
violencia estructural, extrema pobreza…).
Entendemos como parte de la infancia a
aquellas personas que dependen de los padres o tutores legales y que necesitan
espacios libres de violencia para la formación de su personalidad, construcción
de relaciones sociales y el desarrollo de sus virtudes. Es por esto por lo que,
dentro de los derechos de la infancia, se encuentran factores fundamentales
como la familia, la dignidad, el acceso a la información y a la educación. Sin
embargo, muchos de los menores que huyen de sus países no gozan de estos derechos
ni siquiera cuando llegan a Europa, pues se ven envueltos en una serie de
obstáculos y peligros como, por ejemplo, el tráfico de personas o los
prejuicios sociales.
En algunas ocasiones, estos menores no
llegan acompañados, por lo que se encuentran solos en un país desconocido sin
saber las costumbres o el idioma. Otras veces, cuando llegan con su familia,
deben asumir la responsabilidad de cuidar de sus padres, como en el caso de
Amin, quien no tenía otra alternativa que no fuese hacer frente a sus miedos y
a los de su madre cuando se adentraron en el mar para llegar a un lugar seguro.
Todo esto sin tener la más mínima garantía de llegar sano y salvo a su nuevo
destino. Y, en definitiva, este tipo de situaciones y responsabilidades
tremendamente injustas jamás deberían corresponderle a un menor.
Artículo publicado en Lo Que
Somos.
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