Adrián Claudio Bonache
(@otroadri)
Ya no se acepta con los brazos abiertos las campañas del miedo. El discurso político se ha centrado tanto en la llegada de la ultraderecha que actualmente ha dejado de tener sentido. Si bien es cierto que la entrada en las instituciones de quienes ponen en peligro derechos y el bienestar se trata de un peligro que se ha de afrontar, también debemos prestar atención al contexto y los motivos por los que se ha llegado a esta situación.
La ultraderecha siempre estuvo ahí, ya se llame Alianza
Popular o Partido Popular, porque el nombre se puede modificar pero
las posturas ideológicas siguen siendo las mismas (o prácticamente las mismas)
por mucho que se intente mostrar una democratización cambiando las siglas.
Se normalizó que un partido de franquistas tuviese
representación en esta mal llamada democracia y ahora ha llegado el momento de
normalizar a VOX, ese partido que pide terapias para 'reconducir' a
homosexuales, despenalizar el delito de incitación al odio contra las minorías,
que deshumanizan a menores de edad con la etiqueta racista 'MENA', que plantea
ilegalizar a partidos que no defiendan la unidad de España o no renuncien al
marxismo, que tiene entre sus filas a generales firmantes de manifiestos que
elogian a la figura de Franco o representantes que han propiciado palizas en
nombre de organizaciones de extrema derecha llegando a dejar a personas con
discapacidad. ¿Y quién pacta con este partido? El Partido Popular (o Alianza
Popular, para rememorar sus orígenes), cuyo líder asistió en noviembre "por
casualidad" a una misa donde se rezaba por el alma de Franco.
A estas alturas sabemos de qué pie cojean estos
partidos políticos, pero la maldad de unos parece ser el único 'as' que Unidas
Podemos puede colocar sobre la mesa. Al menos eso es lo que hemos podido
ver en los últimos años, donde las campañas del miedo han dejado en un segundo
plano las necesidades de la clase trabajadora. Ya no sirven esas
campañas. Quedó demostrado en las elecciones andaluzas de 2018 con algo más de
un 41% de abstención. Quedó demostrado en las elecciones de Euskadi con una
abstención del 47% (la participación más baja desde 1994), así como quedó
demostrado en las elecciones gallegas con otro 41% (y la desaparición de UP) y
en la reciente jornada electoral en Castilla y León, cerca del 37%.
Pero la formación morada no solo necesita una profunda
reflexión en las autonómicas, sino que debería haberla tenido allá por el 10 de
noviembre de 2019, cuando consiguieron formar un Gobierno central de coalición
con 613.565 votos menos que en las elecciones del 28 de abril,
reduciendo también sus escaños de 42 a 35. Es decir, tuvieron una
brillante oportunidad para buscar respuestas a esta caída de más de medio
millón de votos e intentar comenzar la legislatura haciendo una autocrítica y
reflexión que, por desgracia, nunca llegó. Camino a asaltar los cielos se
encontraron con el vértigo y las elecciones autonómicas expresaron lo
demás.
Por eso, resulta llamativo que en el círculo
mediático de Unidas Podemos y sus afines se intente alejar de la necesidad
de autocrítica (ya que van directos a la desaparición) y se señalen diferentes
factores irreales como detonantes de su hundimiento. Se han difundido
comentarios contra los habitantes de las zonas rurales, a los que muchos han
calificado como "analfabetos". Empezando por aquí, ya se demuestra
que UP defiende una clase social concreta que no es precisamente la
"mayoría" que dice representar. Los trabajadores de la zona rural
también son clase obrera. Para representar únicamente a gente bien formada que
ni siquiera se han visto frente a la situación de dificultad o incluso
imposibilidad de formarse ya estaban el resto de los partidos del
régimen.
En segundo lugar, también han desembocado en el edadismo,
señalando que la ultraderecha se encuentra en las personas mayores. Resulta que
después de haber enfocado su forma de hacer política en base a memes en
las redes sociales no han descubierto que entre la juventud existe (y se
extiende) la ideología ultraderechista e incluso fascista. Es mucho más fácil
atacar a una generación determinada que, además, ha sido una de las más
olvidadas durante la pandemia, llegando a ser asesinada al no ofrecerle un
traslado al hospital. Aunque me gustaría seguir por otro camino, pues las
atrocidades cometidas durante la gestión de la crisis sanitaria ya están
demasiado explicadas y señaladas. Quiero seguir hablando de la memoria
histórica, ese tesoro que hoy en día no tendríamos sin la ayuda de los
testimonios de las personas mayores. Quiero seguir destacando el papel de las
personas mayores en la política, esas que consiguieron cambios (aunque nos
toque a nosotros seguir exigiendo avances) para que hoy no te fusilen por rojo,
como les pasó a ellas en aquellos años de dictadura.
Ellas, las personas mayores que posiblemente no sepan
leer ni escribir, las que posiblemente en general no sepan usar las nuevas
tecnologías, las de las zonas rurales, las que vivían en continuo peligro de
ser asesinadas en su huerto por oponerse al franquismo, siendo más
pobres que la tierra que pisaban pero con las convicciones y valores más claros
que todos los que reducen sus preocupaciones a los 'likes' en Instagram.
Son las que han hecho que hoy en día podamos ser lo que somos. Ellas, las
personas mayores que tanto desprecio están sufriendo, dieron mucho más por su gente
que todos los que hoy se llenan la boca de antifascismo. ¿Hay ancianos
fascistas? Evidentemente sí. ¿La juventud es plenamente antifascista?
Evidentemente no. Así que más tomar ejemplo y menos aires de superioridad con
los que nos dan mil patadas en lo verdaderamente importante.
Ya está aquí la tan comentada llegada de la
ultraderecha, que en realidad siempre estuvo, pero no la hemos visto hasta que
los medios de comunicación nos la han puesto diariamente ante los ojos. O tal
vez no la hemos visto porque mientras nos consolábamos con el 'mal menor'
del PSOE-UP, la clase obrera estaba trabajando de sol a sol para obtener un
sueldo de miseria que le ayudase a pagar los abusivos alquileres, parando desahucios,
intentando hacer frente a la subida del precio de la luz, buscando ofertas para
poder llenar la nevera y un largo etcétera que ni siquiera se habrá planteado
porque no hay tiempo ni para la conciliación familiar.
Tanquetas y varias pinceladas de mentiras. Esto es lo único que hemos recibido de los que iban a acabar con el panorama bipartidista, derogar la Reforma Laboral, la Ley Mordaza, cumplir con la agenda feminista, cuidar a la infancia y un largo etcétera que ni se habrán planteado porque con tanta promesa en el aire al final se hace complicado recordarlas. No son suficientes 35 escaños para aprobar medidas, pero sí para desmovilizar a una sociedad a la que señalan por no darle el suficiente poder representativo una vez cada cuatro años. Al final estamos reducidos a ser los tontos útiles que les impulsen a los sillones.
UP no ha regalado nada a la clase trabajadora. Más
bien al contrario. El poder que tienen los diputados del partido morado se debe
al apoyo que los ciudadanos le dieron en su momento. No tenemos nada que
agradecerle, pero sí mucho que reclamarle.
La diferenciación se encuentra en tomar posturas y
luchas propias, no en ser la muletilla que al régimen le faltaba. No
puede existir distinción ninguna con otras formaciones políticas mientras se
acepte las decisiones del PSOE y la patronal como la última palabra. Urge una
reflexión para evitar la deriva en la que se ha visto UP, puesto que la misión
final es representar. Y si no se representa no ofrece ningún valor (ni siquiera
sentido) para la ciudadanía.
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