Adrián Claudio Bonache
(@otroadri)
Empecé a escribir en mi blog personal (que aún mantengo) mientras veía cómo en el ámbito periodístico importaban más los textos de “grandes estrellas” que de los sin nombre. Hoy el panorama sigue siendo el mismo. Así se ha demostrado con la incorporación del exvicepresidente, Pablo Iglesias, a tres nuevos medios de comunicación como RAC1, CTXT o la Cadena SER. Desde el inicio hasta el fin de su carrera política se presentó como uno más de la mayoría, pero hoy su nombre sí pesa.
Pablo Iglesias ficha por tres
nuevos medios de comunicación
Llama la atención que gran parte de los medios de comunicación acepten tan fácilmente el intrusismo laboral, aunque cabe destacar que los beneficiarios siempre son personas con gran relevancia mediática y que, normalmente, han ocupado un cargo político anteriormente. Sin embargo, los sin nombre, esos mismos a los que los medios de comunicación dicen escuchar, difundir y representar, nunca tienen espacio en las redacciones.
Una vez más se ha demostrado que los intereses económicos priman sobre la calidad o pureza de los mensajes transmitidos.
Lo preocupante no solo es que los
“periodistas críticos” estén en Abu Dabi acompañando al emérito en su huida o
aparezcan en los audios de Florentino Pérez (que también), sino que dentro del
periodismo se ha justificado y normalizado que a través de la comunicación se
haga el mal. Fichar a una “gran estrella” simplemente para obtener un
número de lectores mucho mayor y, por ende, mayor número de ingresos (obviando
todo lo demás) también es hacer un mal uso del poder informativo y mediático.
Lo verdaderamente preocupante es que los sin nombre sepan mejor
que los periodistas la diferencia entre propaganda y periodismo. A los sin
nombre no se les puede engañar eternamente, y hasta que los
profesionales de la información no lo tengan claro, la profesión seguirá en la
decadencia más absoluta. La ciudadanía necesita expandir su mensaje, no
sentirse bombardeada por los discursos impuestos. Para eso ya había medios
tradicionales más que de sobra.
No conviene que se infantilicen
las polémicas en este campo. Menos aun conociendo la grave situación por la que
atraviesa la profesión y los índices de credibilidad que cada vez son más
bajos. Por esto, me niego a hablar de “carnés de periodistas”, pues
me recuerda mucho al título universitario que en realidad es papel mojado. Los propagandistas
que se muestran como “periodistas” y que acompañan al emérito en su huida son
un perfecto ejemplo de esto. Además, parece como una especie de continuación de
cierta ineptitud que se ve cuando los alumnos de Periodismo se ven obligados a
estudiar Comunicación Corporativa porque “es una nueva y expandida oportunidad
de trabajo”. Vender la marca de una empresa privada. Esta es la realidad
universitaria. Hagan periodismo de verdad y dejen de mentir a la población, que
bastante vendidas están las raíces del árbol como para seguir envenenando
también la copa.
Muchos medios de comunicación han
esperado con los brazos abiertos a la reducción al absurdo, del mismo
modo que lo ha hecho el poder político. Porque, a fin de cuentas, cada vez son
menos los esfuerzos por vigilar al resto de poderes y más por convertirse en un
complemento esencial en las batallas políticas de recreo. Existe un nuevo rumbo
en el periodismo actual: el uso del señalamiento hacia la prensa de derechas
como comodín. Esto es lo que realmente demuestra la maldad en las
plumas, pues se intenta manipular y distorsionar la opinión pública creando incertidumbres
que, en ocasiones, no son la raíz de los problemas reales. Incluso podría tener
consecuencias en la participación ciudadana en la política. Y todo por volver a
ser los altavoces del discurso de Pablo Iglesias. Del discurso que vende pero
que nada cambia.
Podrían los medios de
comunicación analizar los resultados electorales del exvicepresidente, cuando abandonó
el cargo para presentarse como candidato a las elecciones de la Comunidad de
Madrid. Podrían los medios poner énfasis en los resultados que arrojaron
algunas estrategias como presentarse como la representación de una mayoría
social que al final no fue tal. Las urnas recordaron que el pueblo no es
Pablo Iglesias, igual que la política nacional o autonómica no gira en torno
a una sola figura. Sigan imponiendo el miedo a través del comodín del peligro
que supone la derecha sin analizar y afrontar los problemas y soluciones que podrían
ser impulsadas desde la izquierda pero que jamás surgieron. Sigan llamando
periodismo a esto mientras ponen cara de sorpresa con el descontento de los
lectores y audiencias. Es mucho más fácil.
Aquí que cada uno barra para su casa, pero la estrategia resulta ser idéntica a la de los negocios de los vecinos: exponer una lista interminable de medios de comunicación para que cale en la sociedad el mensaje de la falsa pluralidad. Pero siguen siendo los mismos intereses de siempre para sustentar el discurso hegemónico al que pocos medios han combatido. Es el mercado, amigos.
Al final, el modelo de negocio
periodístico no deja de basarse en una especie de duelo donde sale vencedor el
que tenga mayor número en la casilla de visitas y lecturas. Aquí se ubican los
intereses de una gran parte del sector.
Es innegable que Pablo Iglesias tendrá a miles de personas que le juzguen por cada una de sus piezas o artículos, pero si no me equivoco los periodistas siempre han estado expuestos a esos juicios sociales y a todo tipo de sentencias. Éstos últimos, por cierto, por contar y analizar problemas estructurales que azotan a la sociedad e implican consecuencias; Iglesias será juzgado socialmente por intentar seguir siendo, en cierta forma, una especie de líder.
No se trata de reproducir un
determinado discurso, sino de aportar a una lucha mediante la escritura. Y en
una lucha es necesario algo más que una pluma manejada por una cara conocida.
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