Adrián
Claudio Bonache (@otroadri)
Politización. Esto es
lo que está levantando enfrentamientos tras los recientes casos de agresiones
homófobas que, en el peor de los casos, han acabado con el asesinato de un
joven de 24 años. Esta politización está siendo repudiada tanto por movimientos
como por individuos, pero abrazada cuando se trata de conocer y denunciar los
motivos por los que aumentan considerablemente los distintos tipos de violencia
en diversas luchas.
El asesinato de Samuel, un joven de 24 años,
cuando se encontraba de fiesta haciendo una videollamada con una amiga ha
movilizado a miles de personas a tomar las calles de grandes ciudades para
exigir justicia. Su familia pidió que en estas manifestaciones no hubiese
banderas ni políticos porque Samuel no debe ser un arma utilizada políticamente
para atacarse entre los diferentes partidos políticos.
Ahora bien, tras respetar el dolor de los familiares y
amigos, es una obligación ciudadana, política y democrática estudiar los
motivos que han dado lugar a que ocurriese esta tragedia que, evidentemente,
son políticos. Incluso la decisión de no politizar es politización.
Es una necesidad normalizar y respaldar la igualdad de
la comunidad LGTB en todos los espacios y en todos los momentos, pues
incluso en los centros educativos se han ejercido prácticas contra el
movimiento LGTB hasta por parte del profesorado. En Alicante, un profesor del
IES Las Fuentes de Villena amenazó a dos alumnas que, durante el recreo,
estaban enseñándose una bandera arco iris que le habían regalado a una de
ellas. La respuesta a este ataque fue un llamamiento tanto a los alumnos como
al resto de profesores a llenar el colegio con los colores de la bandera LGTB.
Una respuesta que debería ser la norma en todas situaciones de injusticia
habidas y por haber.
También en Alicante, un grupo de 13 jóvenes gritaron
"maricones, hijos de puta, iros de aquí" a tres hombres que se
encontraban en un parque. Cuando intentaron escapar uno de los tres hombres fue
alcanzado por estos 13 jóvenes que le dieron una paliza que acabó enviando a la
víctima al hospital con fracturas en la nariz, el pómulo y el fémur, lo
que le hizo pasar por quirófano hasta en dos ocasiones.
En Valencia, un menor de 17 años denunció otra
agresión homófoba durante la noche de San Juan, cuando los agresores amenazaban
a la víctima y a su amigo al grito de "maricones".
Pocos días después, también por la Plaza Honduras de
Valencia, otro joven llamado Alejandro ha denunciado una nueva agresión
homófoba después de que un hombre que anteriormente le había increpado con
insultos homófobos llegase con un grupo de amigos para agredir a Alejandro y a
su amigo que también es homosexual.
En A Coruña, un hombre golpeó con una porra
extensible a una pareja al grito de "maricones".
Y esto solo son ejemplos recientes que han tenido una
gran difusión, pero un número de casos muy reducido en comparación con todos
los ataques homófobos que se dan diariamente.
Ante este tipo de violencia no son aceptables las
medias posturas, pues solo es entendible la oposición y rechazo total sin
necesidad de desdibujar la lucha contra la violencia originada por las
orientaciones sexuales. Cuando un hombre es agredido al grito de
"maricón" se trata de una agresión homófoba independientemente de la
verdadera orientación sexual de la víctima, pues ese insulto es el reflejo del
desprecio hacia las orientaciones sexuales que no sigan la heteronormatividad,
porque es una infravaloración y deshumanización contra las personas
homosexuales y porque refuerza esa idea de ocultación de las diferentes
orientaciones sexuales.
Todos estos ataques cuentan con muchos motivos, pero
tienen uno en común: la no aceptación de la diversidad sexual; una
desigualdad que se ha alimentado desde el ámbito institucional hasta el ámbito
social. Los comentarios en el bar que escuchamos (y ante los que callamos) son
homofobia, los comentarios del dependiente de la tienda donde compramos son
homofobia, los insultos que se lanzan a la televisión mientras vemos un partido
de fútbol son homofobia.
Con la agitación mediática de estos últimos días se ha
intentado buscar culpables invisibles señalando a movimientos que siempre
defendieron la aceptación de la homosexualidad. En este caso el dedo apuntaba
al movimiento feminista por su postura contra la Ley Trans. El
problema, además de buscar culpables invisibles, está siendo la falsa imagen
que desde un sector del feminismo (individuos) se le atribuye al movimiento
LGTB en su totalidad. Algunas personas han aprovechado el revuelo para
desencadenar una larga serie de comentarios homófobos que están desdibujando
también la lucha feminista. Se ha intentado cuestionar que el asesinato en A
Coruña se trate de un crimen homófobo apoyándose en la investigación policial
que ni siquiera ha aportado los datos de los asesinos y se ha dado alas a
hombres que calificaban de "reinona-locaza" a una persona por su vestimenta
(cuando uno de los muchos objetivos del radfem es abolir el género). Esto no es
ni mucho menos una crítica a la lucha feminista que siempre ha tenido presentes
los derechos de la comunidad LGTB, sino la percepción de otras muchas personas
conscientes de que en todo movimiento se "involucran" enemigos
directos de la causa que debemos defender.
Por otra parte, también ha existido la incapacidad
de diferenciar la opresión de clase con la discriminación por orientación
sexual. Se ha posicionado al obrero como sujeto central de toda lucha
haciendo que éste quede en una figura simbólica utilizada por unos y otros
simplemente para respaldar un discurso concreto. El movimiento LGTB es
necesario también para que dentro de la clase obrera se consiga la aceptación
que tiene cualquier persona heterosexual por su orientación sexual (que no por
su clase por la que, evidentemente, sufre tanta opresión del capital como
cualquier otro obrero u obrera). Debido a esta incapacidad de diferenciar las
luchas sociales (donde parte de la clase obrera es protagonista) con la propia
lucha de clases (donde toda la clase obrera es protagonista) se han difundido y
respaldado (por gente que se declara de izquierda) comentarios que han situado
al movimiento LGTB como el enemigo, llegando a culpar al Orgullo de las
indignas pensiones y de la falta de derechos laborales.
La falta de derechos laborales y las indignas
pensiones son culpa de un sistema capitalista que utiliza al ser humano como
obra de mano barata primando los beneficios económicos a la seguridad y
dignidad de los trabajadores. Todo lo demás manipula la realidad con una clara
intención de señalar a un movimiento social al que se le exige una
responsabilidad que no tiene.
Pero el asunto no queda aquí. La politización que
muchos individuos rechazan es necesaria para señalar la homofobia institucional,
pues el poder político tiene a un partido que pide terapias para homosexuales
como tercera fuerza a nivel nacional. Algunos de los motivos que aporta la
ultraderecha para envalentonar a los agresores homófobos que cada día se
consideran más respaldados por el escenario político:
También es una obligación democrática denunciar los pactos
de diferentes partidos como el Partido Popular y Ciudadanos
que han acogido a la ultraderecha con los brazos abiertos para mantener su
poder y, en consecuencia, justificado la homofobia que tan abiertamente
defiende.
Por último, mencionar las identidades de género que tanto Unidas Podemos como el PSOE han acabado aceptando. Unas identidades que, basadas en lo que llaman "derechos trans", han azotado al movimiento LGTB silenciando y borrando tanto a los hombres homosexuales como a las mujeres lesbianas. Hormonar a menores porque "han nacido en el cuerpo equivocado" por verse representados por estereotipos que no "encajan" con el género impuesto por la sociedad también es homofobia.
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